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En Portugal ha vuelto a suceder

En Portugal ha vuelto a suceder

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Por Fernando Busto de la Vega

Ya conocemos los resultados electorales en Portugal y, como era de esperar, no son ninguna sorpresa: la derecha ultraneoliberal ha vencido. Se trata de un escenario ya conocido y que, en su reiteración, al menos desde 1933, demuestra bien a las claras el hecho incontrovertible de que la democracia parlamentaria liberal es incompatible con el progreso social y moral de las sociedades que la padecen.

La cadena de hechos, lo estudiábamos hace poco en estas mismas páginas, es siempre la misma: los ciudadanos más conscientes y preparados, aquellos que deberían pilotar el avance social, las necesarias transformaciones económicas, sociales y políticas para sacar a la sociedad del anquilosado, obsoleto, perjudicial, despreciable y arcaíco sistema del capitalismo burgués (que siempre fue contrario al progreso humano, no se olvide que desde su mismo comienzo anduvo de la mano con el más reaccionario fundamentalismo religioso, el que condujo a la reforma protestante que no fue una reacción contra la corrupción de la iglesia romana, como pretenden hacernos creer sus defensores, sino contra los avances civilizatorios del Renacimiento, que siguen combatiendo con saña) toman conciencia del déficit de legitimidad que aqueja al sistema. Un sistema básicamente al servicio de las oligarquías que suele expresarse con un más o menos forzado bipartidismo en el que las siglas tan solo marcan diferencias puramente estéticas o, todo lo más, entre un conservadurismo escasamente moderado y un ultraconservadurismo radical y obsceno.

Dentro del sistema liberal parlamentario no existen más opciones. Desde su origen es profundamente antidemocrático, restrictivo y destinado al inmovilismo social y político que favorece el enriquecimiento cada vez más abusivo de unas élites a costa del conjunto de la sociedad. Es todo lo que hay. Luego, en función de las luchas sociales, de las estrategias geopolíticas, de la estética del momento, el parlamentarismo liberal puede adquirir una fisonomía más o menos populista, más o menos "humana", incluso más o menos participativa, pero los límites del juego se encuentran siempre perfectamente acotados para que el sistema mantenga sus constantes, siga beneficiando a los mismos y perjudicando a la mayor parte de los ciudadanos y, cuando existe el riesgo de que esos límites se rompan el sistema acaba recurriendo siempre a la represión y la violencia. De hecho el sistema parlamentario liberal es poco más que la dictadura encubierta de una oligarquía ilícitamente enriquecida y sobredimensionada en su poder por unas reglas del juego hábilmente amañadas.

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