FARC: No hay que dudar de que vamos por el poder
Karl Penhaul, excorresponsal de guerra de CNN internacional, convivió ocho días en los llanos Orientales con una de las columnas guerrilleras de las Farc que dirigía el ‘Mono Jojoy‘.
Fuego salpica del cañón de una ametralladora rusa. Fusiles de asalto se unen al combate. Guerrilleros de las FARC y soldados colombianos intercambian disparos de un lado a otro de una hondonada. En una planicie cercana, solo 100 metros de rastrojo separan a otras dos escuadras guerrilleras de sus adversarios. Granadas hacen eco al explotar.
"Es duro en todo este barro", dice un guerrillero apodado Adrián mientras abraza su ametralladora M-60. “Eso es para frenar el avance de ellos (el ejército). Dentro de dos o tres días toman nuevamente posiciones y vuelven y combaten”. El campo de batalla ese día fue un cerro insignificante en El Porvenir, una vereda cercana al pueblo La Julia. El hostigamiento duró casi una hora. Fue otra escaramuza en una serie de batallas anónimas que rara vez llegan a los titulares de la prensa.
El año pasado la operación quirúrgica que mató a Jorge Briceño, alias Mono Jojoy, fue interpretada por analistas de todo el mundo como la última parada antes del fin del camino de esta guerrilla. Pero en el terreno, ninguno de los 54 jóvenes combatientes de la Compañía Marquetalia – parte del Bloque Oriental – hablan de rendición.
“Llega a fallecer el Mono (Jojoy) y todo el mundo murió. Llega a fallecer el camarada Manuel (Marulanda) y todo el mundo murió. Eso es lo que piensan pero resulta que no”, dice Jagwin, comandante de la recién reformada “Compañía Marquetalia”. “Uno lo siente –añade- porque el Mono era prácticamente nuestro padre. Es como pasa en la casa cuando muere el papá, pero tiene que haber un hermano que trabaja en el desarrollo de la finca”.
Al igual que Jagwin, Willinton 40, el segundo al mando de la compañía, estuvo cerca al campamento de Briceño la noche que fue bombardeado. De igual manera niega que el ataque fuera el anuncio del deceso de las Farc:
“Para las fuerzas armadas y para el resto del mundo, las Farc están en el fin del fin después de la muerte del camarada Jorge (Mono Jojoy). Pero para nosotros no es así. Somos una organización con jerarquía y cuando uno ya no está otro lo reemplaza”.
La conversación se detiene abruptamente. El sonido de las aspas de un helicóptero artillado Blackhawk retumba por encima. Mientras persigue a esta columna móvil de la guerrilla descarga sus ametralladoras calibre .50. La “Compañía Marquetalia” está ya en su retirada táctica, combatientes de otras dos unidades también se retiran del filo.
En el momento en que salen de la selva el helicóptero Blackhawk, bautizado Arpía por los rebeldes, retorna a la vista. “Se quedan allí quieticos. Viene para acá, va a cohetear”, advierte Faiber, uno de los subcomandantes de la compañía. Un misil impacta un blanco invisible y una lluvia de balas cascabelea hacia la tierra. “Me siento normal. Uno le pierde el miedo”, dice Faiber, ordenando a sus compañeros seguir la marcha.
Esa noche el campamento se erigió en una platanera. Aviones de las fuerzas militares patrullaban constantemente. Comandantes rebeldes ordenaron un apagón total y confiscaron las linternas que pertenecían a los combatientes. Todas las conversaciones eran susurros.
Hospital ambulante
Guerrilleros de una unidad hermana, la “Compañía Ismael Ayala”, habían instalado una clínica para ofrecer tratamiento odontológico y cirugías menores a los campesinos y sus familias. Ponchos camuflados hacían las veces de paredes alrededor de la sala de odontología. Otro poncho marcaba la entrada a otra sala donde médicos de las Farc estaban listos para operar utilizando anestesia local.
Una madre había traído sus tres niños. Su anterior intento de buscar tratamiento con un dentista civil en La Julia – a más o menos tres horas de camino – resultó ser un viaje perdido. “Fui con ellos, pero la enfermera que saca las muelas no estaba ese día así que los tuve que traer de vuelta a la casa”.
Ella, como otros esperando en la clínica de las Farc, dice que la atención en el pueblo es gratis pero de pobre calidad bajo el Sisben. Pero si algún paciente no está registrado en el programa un dentista le cobraría 25.000 pesos por sacar un diente. Aunque el costo mayor es pagar la movilización hacia el pueblo.
La clínica había estado funcionando tan solo una hora ese día y una docena de civiles se habían congregado. De repente llegó la noticia de que el ejército se estaba acercando. Las consultas deberían ser suspendidas inmediatamente.
Un día después, la clínica de la guerrilla estaba de vuelta y funcionando en otro lugar a varios kilómetros. Desde temprano 17 adultos y algunos niños se habían inscrito para recibir tratamiento. No hay electricidad en esta región. Sólo algunos con suerte tienen plantas o paneles solares. Por esta razón, observar una extracción de diente o un corte de bisturí sobre la piel sobre todo cuando se trata de un vecino crea un espectáculo mejor que un “show” de televisión.
Una niña observaba un hombre que ella conocía como “don Luis” mientras le operaban una hernia. Rayos de luz penetraban a través de las ranuras de las paredes de madera. Yesid, el médico, y sus tres asistentes trabajaban bajo la luz de linternas montadas sobre sus cabezas. La mesa de operaciones era una tabla de madera montada parcialmente sobre un tronco de árbol.
Una vez que la cirugía comenzó, los médicos dijeron que no tenían otra opción que continuar incluso si el ejército montaba un ataque sorpresa. “Si empiezan a caer bombas o a sonar plomo -anota Yesid- estamos en lo que estamos y no podemos dejar el paciente abierto”.
En una sala contigua, la dentista Marta sacaba dientes y reemplazaba calzas. Ella ha estado en las Farc durante 19 años y como muchos otros se unió al grupo cuando era solo una niña: “estudié hasta tercero de primaria. Mi mamá nos abandonó cuando tenía seis anos. Nos dejó con un tío borracho”. “Yo vendía helados en Corabastos en Bogotá y buscaba comida para mi hermano –agrega-. Luego fui a trabajar con otro hermano en una finca en el Meta y allí empecé a tener contacto con la guerrilla”. Sueña con ser odontóloga en la vida civil, pero sólo cuando se acabe el conflicto.
Las nuevas FARC
Una mañana durante un breve descanso, Jagwin el comandante de la compañía explicó que las Farc habían logrado mantener abiertas las rutas de suministro clandestino de armamento. Exhibió un nuevo rifle de asalto que según él es una versión del M-16, pero hecho en Corea del Sur y transportado como contrabando a Colombia dentro de un barril de petróleo. El costo, 17 millones de pesos, dijo.
La ametralladora rusa PKM utilizada en el hostigamiento en El Porvenir también era nueva. La tarde anterior, Jagwin había recibido 100 granadas para un lanzagranadas múltiple MGL. Aparentemente todas las municiones tenían el sello y números de serie de la fábrica estatal de municiones Indumil. El costo de cada granada es de140 mil pesos, según Jagwin. Admitió que era más difícil conseguir bombas de mortero de 81 milímetros. Un contrabandista estaba pidiendo 500 mil pesos por cada una, reveló.
Dado el limitado acceso a televisión y radio, y marchando durante días bajo la densa selva, es fácil perder la noción del tiempo. Los días se hacen semanas y estos luego años. La revolución de las Farc se convierte en una guerra sin fin aparente. Durante los últimos 50 años, varios combates han anunciado nuevas fases en el conflicto. Pero ni una sola batalla ha determinado definitivamente el resultado de toda la guerra, ni siquiera la muerte de Mono Jojoy.
A pesar de intentos de parte de políticos de rechazar la guerra de guerrillas como una táctica desusada en el siglo XXI, el modelo claramente sigue vigente alrededor del planeta. Hoy día sus principales exponentes pueden ser islamistas radicales en Irak y Afganistán en vez de comunistas.
Pero una mirada a la Compañía Marquetalia demuestra que la guerra de guerrillas ha sobrevivido en Colombia también. Y una nueva generación de combatientes en sus veinte años ya tienen cerca de una década de experiencia en el campo de batalla.
“¿Las Farc están acabadas? De ninguna manera. Todos los presidentes desde 1964 están diciendo que acabamos con las Farc”, dijo Jagwin. “No hay que dudar de que vamos por el poder”, agrego Willinton 40. “Pero si el gobierno diera todo lo necesario al pueblo seguramente no habría guerrilla. No tendríamos un fin para luchar”.
Con información de Karl Penhaul / El Informador
0 comentarios